Miércoles 29 de May de 2019

Por Guillermo Raffo

Una estatua para Torres Vila

El ex vecino Guillermo Raffo que actualmente reside en Brasil publicó una interesante columna en una conocida red social, donde pide que se organice un homenaje al conocido cantante y compositor toldense, Carlos Torres Vila. Una estatua para el Beto GUILLERMO RAFFO Hace más o menos un mes, fui a Los Toldos para acompañar los últimos momentos de mi papá, para despedirme, algo de lo que aún no puedo hablar y ni siquiera escribir. Estaba en la vereda de la casa de mi tía Gladys cargando las valijas para irme, cuando Julito Bonadeo se me acercó para saludarme. Ya de lejos noté que sufría nuestra pérdida como si fuera propia. Fuimos vecinos por casi veinte años, casi familia. Sus padres fueron un poco los míos, mi casa un poco la suya y viceversa. Le agradecí el cariño y en seguida le pregunté cómo estaba para que él no me preguntase como estaba yo. Me dijo que bien, casado, feliz pero que algo lo tenía mal: El año que viene se cumplen diez años de la muerte de Carlitos y no consigo que le hagan un homenaje!!! Carlitos es Carlos Torres Vila, un muchacho de Los Toldos que hacía repartos para el supermercado Salcines y que triunfó como cantante folclórico en los años 80. Para las nuevas generaciones que no tienen idea de lo que estoy hablando basta decir que hizo 23 discos y fue el primer folklorista romántico del país. Y que Los Nocheros vendrían a ser sus nietos o algo así. Sin Carlos Torres Vila a lo mejor no habría Nocheros, Luciano Pereyra o Abel Pintos. O sí, pero el Beto fue el primero. Julito Bonadeo me habla del asunto con la angustia a flor de piel porque tiene un defecto: es absolutamente bueno. Nació sin maldad y nunca consiguió desarrollarla. Cuando sufre, sufre. Cuando está feliz, está feliz. No hay filtro ni concesiones a la hipocresía o a la conveniencia personal. Es así desde que lo conozco. Cómo puede ser, Guille, cómo puede ser! Julito está escandalizado con la ingratitud humana. No consigue entender el olvido de alguien que nos hizo sentir orgullosos cada vez que salía en la televisión, o en la radio, o en una película, o sacaba un nuevo disco o cuando era anunciado en el Festival de Casquín como Carlos Torres Vila de Los Toldos. Julito tiene razón y mientras despotrica contra la ingratitud y el olvido yo pienso que todos deberíamos nacer con un Julito Bonadeo que proteja nuestra memoria cuando nos toque irnos de este mundo y ya no podamos defendernos. Y en qué puedo ayudarte, Julio? Qué querés hacer? Julito me mira perplejo como si yo no entendiera la gravedad ni la obviedad de la situación y juntando paciencia me educa: - Una estatua, una estatua en la plaza! Yo pensé en la imagen de Beto con una guitarra. Ya hablé con un muchacho de acá que puede hacerla y no es caro. Si Julito Bonadeo no existiera alguien tendría que inventarlo. Me habla con una mezcla de desesperación y amor, como si su propia vida dependiera de eso. - Te parece justo que nadie haga nada? Vos sabés lo que era el Beto. Y Julito me transporta a mis diez años cuando el Beto Torres Vila y sus músicos se aparecían en nuestra casa a la madrugada, cargando bombos, guitarras e hijas porque andaban de gira por la zona. A veces con Daniel Toro, a veces con el Chango Nieto, a veces con Luis Landriscina, a veces eufórico porque las cosas andaban bien, a veces buscando refugio porque las cosas iban mal. Y mi viejo llamaba al Semilla Negrete, a Palito Molina, y se prendía el fuego para hacer unos pollos a la parrilla y Palito y Semilla empezaban a contar cuentos toldenses, todos verdaderos y falsos a la vez, y la música arrancaba y la tristeza y la preocupación se rendían a la fiesta. Y cuando el sol salía se tiraban colchones en el piso y todos dormíamos como podíamos y cuando nos despertábamos todo era resaca y vida que seguía. Todo amanecía cualquier cosa, menos pena. Le debo mucho a Julito Bonadeo. Le debo la inocencia de mi infancia y el privilegio de conocer la bondad. En qué puedo ayudarte, Julio? Qué precisás?, le pregunto. Baja la mirada como si la respuesta estuviera escondida en la baldosa que escarba con la zapatilla. - No sé, che. Que alguien en la Municipalidad me ayude, que me dejen poner una estatua del Beto en la Plaza. Que cuando sus hijos vengan a Los Toldos vean cómo cuidamos a su papá! Quiero abrazarlo, quiero abrazarlo y llorar y decirle que fue lo mejor y más puro de mi infancia. Quiero pedirle perdón por no haberlo cuidado como él nos hubiera cuidado a cualquiera de nosotros. Le digo que cuente conmigo. Que algo se nos va a ocurrir. Como cuando éramos chicos y creíamos que una rama de árbol seca era una espada invencible. Nos abrazamos y nos despedimos. Se va Julio con su mochila de memorias y gratitudes y yo me quedo pensando en una de las más lindas músicas que grabó el Beto Carlos Torres Vila, Canción de las Simples Cosas (“Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida y entonces comprende…”) Y lloro en la vereda de la casa de la Tía Gladys porque comprendo el enojo de Julio, no con la pérdida que es inevitable, sino con la indiferencia. Y recuerdo el bello poema de Borges que dice: Somos los que se van. La numerosa nube que se deshace en el poniente es nuestra imagen. Incesantemente la rosa se convierte en otra rosa. Eres nube, eres mar, eres olvido. Eres también aquello que has perdido. Y pienso que si Borges tiene razón, si también estamos hechos de lo que perdemos, entonces precisamos más que nunca recordar los que se van, no para mantenerlos vivos sino para mantenernos vivos. Llegué a Sao Paulo y junto con Julito comenzamos a juntar firmas para que la Municipalidad ponga o autorice a poner una estatua de Carlos Torres Vila en la Plaza. No es apenas para rendirle un merecido homenaje al Beto. Es para rendirnos un homenaje a nosotros mismos. Para demostrarnos que aún en un mundo difícil, intolerante y egoísta podemos darnos el lujo de ser gratos, de ser justos, podemos olvidarnos por un momento de nosotros mismos para recordar a quiénes nos hicieron ser lo que somos. Para darnos el lujo de, por un momento, tener todos el alma que habita a Julito Bonadeo. 
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