Miércoles 5 de Junio de 2013
Como en un Western, la fuerza del film esta en el silencio espléndido de los paisajes mapuches del sur argentino.
Durante sus trashumancias, la ternura de Don Ernaldo, sus hijos y sus hermanos, es arañada por los alambrados hostiles, tendidos con fines de economía rentable, que desprecia siempre a los nativos, a los pobres. Ellos organizan su supervivencia entre modernidad y necesaria resistencia.
Tras convivir cuatro año con dos comunidades mapuches de la Provincia de Neuquén, haber filmado dos experiencias documentales con sus habitantes, y haber aprendido a hablar el idioma mapuche Mapuzungun, Mathieu Orcel echó a rodar un largometraje, que se convertiría en el film Para los pobres piedras.
A caballo, en los rincones mas aislados del territorio puelche, en sus extensos y repetidos viajes, el pequeño equipo de rodaje compuesto muchas veces por Orcel y su cámara, acompañado de los sonidistas Fernando Barraza y Mercedes Eliçabe, fue plasmando a lo largo de tres años (de 2008 a 2011) la realidad de los crianceros veraneantes del norte de la Patagonia.
La meta era filmar la gente en su contexto, y en esas condiciones tan duras del viaje a la veranada, por eso elegimos filmar a caballo, con ellos, todo el viaje [
] viviendo en las mismas condiciones que ellos, sufriendo el calor, el frío, la sed, el hambre afirma el director.
El film es intimista, nos adentra en el viaje de los crianceros, atravesando el polvo y los alambrados, mientras los cantos y los ritos de la cosmovisión mapuche acompañan el último viaje de Cecilia, la mujer que se queda abajo, en la comunidad, hilando y rezando a media voz, mirando el horizonte caluroso.