Lunes 10 de Junio de 2013
Hace un cuarto de siglo que apareció Shoah y su director, Claude Lanzmann (París, 1925) no ve grandes diferencias en la recepción del mayor testimonio sobre el Holocausto filmado hasta la fecha.
"Es una película que no envejece. Cada vez que se proyecta, crea su propia actualidad", dice Lanzmann, mientras hace un rápido repaso de las numerosas revistas que dan cuenta de una próxima emisión en Arte, la cadena de televisión francoalemana, el próximo miércoles en horario de máxima audiencia. No ha sido fácil encontrar las publicaciones: en el luminoso estudio de una calle de París no lejos del Barrio Latino, se amontonan libros, archivos y, también, fotografías que recorren un largo periodo de su historia personal, superpuesto a la de Francia. Apoyadas contra los libros en los estantes, se suceden imágenes de Malraux, Sartre y los redactores de Les temps modernes, Lanzmann junto a Simone de Beauvoir acodados en la mesa de un café.
La extraordinaria duración de Shoah, más de nueve horas, ha llevado a que, en esta ocasión, se emita en dos partes. Pero hubo otra hace tres años en que se hizo sin interrupciones, tan sólo 20 minutos de pausa a medianoche para las noticias. Personas que la vieron le escribieron a Lanzmann contándole la impresión de contemplar el amanecer coincidiendo con el final de Shoah. "Hay algo inmortal en esta película. Y se confirma generación tras generación de espectadores". El mismo empleo del término Shoah remite a la película. En palabras de Lanzmann, fue un "acto radical de denominación: sólo a partir de mi película se empezó a llamar así al Holocausto". Lanzmann estará el jueves en Madrid, en Casa Sefarad, en el Día de la Memoria del Holocausto y a inaugurar una retrospectiva sobre su obra.
Pregunta. Lo que sí parece haber cambiado es que el Holocausto, la Shoah, se ha convertido en tema de otras películas.
Respuesta. Vi La lista de Schindler, de Spielberg, cuando apareció, y no he cambiado de opinión desde entonces. Le tengo mucho respeto como director, es un magnífico cineasta. Pero creo que, aunque pueda parecer extraño decirlo, Spielberg no reflexionó suficientemente sobre el cine ni sobre la Shoah. Se limitó a reflejar un caso particular. Tampoco apruebo algunas escenas como la de la ducha de las mujeres en la que acaba saliendo agua, no gas. Para la mayoría de los judíos fue al contrario, salió gas por donde esperaban que saliera agua. Spielberg no tenía derecho a hacerlo, es un truco cinematográfico que induce a error. Además, en la película da a entender que hay una relación necesaria entre la Shoah y la creación del Estado de Israel; a mi juicio, fue un factor más, pero no se puede ofrecer una explicación tan lineal como la de Spielberg.
P. También el Nobel húngaro, Imre Kertész, le hizo reproches. Sin embargo, defendía La vida es bella, de Roberto Benigni.
R. Kertész se equivoca, y se lo he dicho. Cuando hizo las declaraciones sobre la película de Benigni no había visto Shoah. La vida no era bella en los campos de exterminio. El propio Kertész incluye una frase sorprendente en su novela más conocida, Sin destino. De vuelta en Budapest después del campo, su personaje dice echarlo de menos. Por fortuna para Kertész, su experiencia como deportado no se refiere tanto a Auschwitz como a Buchenwald, que era un campo de concentración, no de exterminio. Y hay que diferenciar unos campos de otros.
P. ¿Cómo se diferencian en Shoah?
R. Quise que fuera una película sin cadáveres, porque en los campos de exterminio no los había. En un primer periodo los enterraban, pero inmediatamente comenzaron a incinerarlos. Los nazis intentaron que el Holocausto fuera un crimen perfecto, y es en ese intento de borrar las huellas donde han querido apoyarse los negacionistas.
P. Lo que plantea Benigni, y apoya Kertész, es la conversión del Holocausto en tema cinematográfico como medio para conservar el recuerdo, la memoria.
R. Muchos artistas y cineastas lo han intentado después de Shoah. La película del rumano Radu Mihaileanu, El tren de la vida, es muy distinta de la de Benigni, y está bien. Cada director ha hecho su aportación de acuerdo con sus propias posibilidades, pero creo que nunca habrá otra película parecida a Shoah. No habrá ese algo inmortal que refleja y del que hablaba hace un instante.
P. La última película de Andrej Wajda, Katyn, extiende la mirada hacia el horror soviético.
R. No me parece que la película de Wajda sea formidable. Últimamente se comparan con frecuencia los campos soviéticos a los campos de exterminio. Los soviéticos eran, sin duda, el horror absoluto, en esos campos se cometieron crímenes atroces por parte de Stalin. Pero el Gulag y los campos de exterminio son cosas distintas. Y el proyecto fundamental que había detrás, también. Al principio, el comunismo pretendía la emancipación humana, y el nazismo, la superioridad de unos seres humanos sobre otros. No se trata de defender nada, sino de constatar la diferencia y de conservar la especificidad de los hechos históricos.
P. También en Alemania han empezado a aparecer películas que muestran la oposición de algunos alemanes a Hitler, como Sophie Schöll.
R. En mis memorias, La liebre de Patagonia, hablo del movimiento de la Rosa Blanca, al que pertenecía Sophie Schöll. Fueron héroes que salvaron el honor de Alemania y el honor de la humanidad. Por otra parte, es cierto que los alemanes durante la guerra y en los años que siguieron advirtieron la gravedad inaudita del crimen cometido, y optaron por no hablar de ellos mismos. Ni de los opositores a Hitler ni de sus propios sufrimientos, como los bombardeos o el maltrato al que se sometió a los soldados prisioneros después de la guerra, y que es una verdad absoluta. De alguna manera, Shoah tuvo un efecto liberador para los alemanes, y ahora empiezan a hablar.
P. ¿No le llama la atención que en todas partes se siga mirando hacia atrás?
R. Vivimos en un mundo que no sabe adónde va. El futuro es sombrío y, por eso, en el inicio del siglo XXI pasamos el tiempo ocupándonos del XX. No hacemos otra cosa.