Lunes 10 de Junio de 2013
Es más que notable el trabajo que ha realizado sobre la primera parte de la novela, que trata de la infancia de Saira y de los abusos que sufren ella y su familia en una Kabul invadida por los talibanes.
Anabel Botella
A Saira nunca le ha gustado su aspecto. Es rubia, tiene los ojos azules y todos la llaman kharami, o lo que es lo mismo, bastarda.
Vive en Afganistán con su hermana, su madre y su abuelo, y cree tener ocho años. Cuando Ramin?un hombre cruel y fiel seguidor de los talibanes? entra en su vida, la desgracia se cierne sobre su familia para siempre.
Pero no todo está perdido para Saira. La pequeña logra viajar a Valencia gracias a las tropas españolas y crece envuelta en el cariño de su familia de acogida, aunque las pesadillas de su pasado no dejan de visitarla. Cuando Pablo le ofrezca la posibilidad de abrirse al amor, ¿conseguirá sanar las heridas de su niñez y empezar a ser feliz?
Anabel ha transformado una realidad terrible en una historia muy tierna, y lo ha hecho convenciendo. Si no hubiese sabido que era todo ficción, habría creído que la novela estaba basada en hechos reales; claro que, desgracidamente, esta bien podría ser la vida de cualquier mujer afgana de carne y hueso.
No obstante, ese trabajo de la autora, que casi puede palparse en la primera parte, es un aspecto que cojea en la segunda, por lo que planteamiento, nudo y desenlace no están equilibrados y sus fronteras están algo emborronadas. La historia del calvario de Saira y su familia ocupa casi el doble de páginas que la segunda parte; está muy desarrollada, tanto que quizás podría haber dado para una novela en sí misma, que terminase con la nota esperanzadora del viaje de Saira a España.
Por el contrario, la segunda parte es muy precipitada y hay algunos aspectos de la historia a los que les faltan páginas. Es el caso de las autolesiones de Saira: la escritora ha ahondado muy poco en la psicología del problema y en cómo lo intenta superar ella.
Soy consciente de que quizá, al no ser experta en el tema, no hay querido desarrollarlo por no meter la pata; pero no hay enigma que una buena labor de documentación no pueda desentrañar, y creo que sumar a la novela el tema de esta patología le habría aportado mucho y habría evitado que la encasillen junto a títulos que también traten de la mujer en la sociedad afgana, como El grito silenciado (Anna Tortajada) o Afganistán, el lugar donde dios solo viene a llorar (Siba Shakib).
Otro aspecto de la novela que creo que debería haberse desarrollado más es la historia de amor entre Saira y Pablo. Este es todo lo opuesto a Ramin, el talibán que aparece en la vida de Saira y destroza su infancia, por lo que es fácil ver por qué Saira se fijaría en Pablo.
Sin embargo no puedo evitar la sensación de que todo ocurre muy rápido entre ellos: no es que tengan un flechazo, sino que más bien se encuentran diversos problemas en el camino hasta estar juntos, pero es que están contados en pocas páginas. Yo quiero más Pablo. Es un chico dulce, respetuoso e interesante, y a mi entender se merecía que supiésemos más de su pasado y su situación, porque es vital para entender su conexión con Saira.
Los secundarios de la segunda parte, Fabián e Isabel, amigos de Saira, tienen mucha credibilidad como personajes en relación con su menor presencia en la historia; y a través de su trama Anabel refleja muy bien el machismo adolescente y los problemas que puede ocasionar la mala utilización de las redes sociales. Además me han gustado mucho los detalles que les dan credibilidad como adolescentes, a ellos dos y a Saira: cambiar el estado del messenger , estar atento al doble check del whatssap, el lenguaje sms, los tonos del móvil.