Lunes 29 de Julio de 2013
La obra se sitúa en el marco de la segunda guerra chino-japonesa (1937-1945) y narra un episodio de la llamada masacre de Nanjing.
La acción comienza en una parroquia de Nanjing, donde el padre Engelmann y el diácono Fabio Adornato intentan esconder a un grupo de estudiantes chinas, la mayoría de ellas huérfanas. Sin embargo, sus circunstancias se complican con la llegada de unas prostitutas que piden cobijo en la iglesia. Este dilema moral de proteger a mujeres de mala vida en un lugar en el que también se oculta a unas muchachas puras e inocentes se convierte en el gran tema de la novela. Una situación de hipocresía, porque todos (alumnas y religiosos) rechazan a las prostitutas por no considerarlas dignas de un trato igualitario, pero al mismo tiempo se sienten fascinados por ellas (las niñas, porque nunca han conocido a nadie igual; los hombres, por estar poco acostumbrados a tratar con unas féminas tan seductoras). Se trata, por lo tanto, de una convivencia tremendamente sugestiva; la parroquia pasa por su propia batalla interna mientras se oyen los sonidos de las balas en el exterior. No se me ocurre un planteamiento mejor para llevar al límite una situación ya de por sí extrema.
En estas condiciones, los personajes brillan gracias a una excelente caracterización, tanto física como psicológica , que hace hincapié en los orígenes. Me cautivó la inteligencia de Zhao Yumo, la líder de las prostitutas, una mujer astuta que demuestra que desde la educación y la amabilidad se pueden conseguir grandes logros. Su papel contrasta con el que sus compañeras, más toscas e impulsivas, reflejo de los estratos más bajos. Las estudiantes también tienen un rol importante, tanto por su antipatía hacia estas mujeres como por las rencillas entre ellas, peleas propias de la pubertad que la autora sabe encajar a la perfección con el contexto de la guerra. La protagonista del grupo es Meng Shujuan, que además sufre por motivos personales (ella no es huérfana, pero sus padres están fuera del país y se siente abandonada); la novela arranca con el momento en el que tiene su primera menstruación, una escena cargada de simbolismo porque justo después, con la llegada de las prostitutas, Shujuan las desprecia doblemente, por lo que son y por ser consciente de que todas comparten los mismos dolores; una reacción de identificación y repulsión a la vez.
Los personajes masculinos no les van a la zaga. Me pareció especialmente interesante Fabio, el diácono, hijo de estadounidenses criado en China, un hombre que no encaja en ninguna de las dos culturas y por ello siempre se siente solo, en medio de dos mundos. También es digna de mención la relación que mantiene con el padre Engelmann, mezcla de respeto y sumisión, en busca constante de la aprobación de su superior. Los dos evolucionan en el trato que tienen con las prostitutas; un cambio que sin duda invita a la reflexión obligada de que en los momentos difíciles todos somos iguales (¿o no?). Por otro lado, a lo largo de la historia aparecen otros personajes bastante relevantes que aportan más perspectivas al asunto central. Geling Yan demuestra que no es necesario llenar quinientas páginas para retratar en profundidad a bastantes personas; sabe aprovechar el espacio y los protagonistas convencen.
En relación con los personajes, llama la atención el gran cuidado de la comunicación no verbal: la descripción del tono de voz, las miradas, la expresión del rostro, el uso de un determinado idioma o dialecto. No sé si se trata de un rasgo característico de la literatura china en conjunto, pero la capacidad de la autora para plasmar todo lo que no se expresa con palabras es realmente eficaz para dotar de vida a los protagonistas. Este aspecto se suele pasar por alto en gran parte de la narrativa que se publica (si obviamos los manidos comentarios del tipo «abrió mucho los ojos») y la lectura me ha hecho pensar en la cantidad de posibilidades expresivas que se pierden por no fijarse más en estos detalles.
A todo esto, no olvidemos que Las flores de la guerra se desarrolla durante una ofensiva, de modo que se trata de una novela dura, que no escatima en descripciones de los abusos del ejército enemigo. Resulta fácil intuir que la aparente protección de la parroquia no durará eternamente y quienes viven en ella deberán hacer frente a situaciones aterradoras. Las escenas cotidianas del interior de la iglesia se combinan con las del terrible estado en el que se encuentra Nanjing y las muestras de crueldad de los enemigos; aunque no se incluye ninguna nota sobre su fidelidad a la realidad, me atrevo a decir que requirió una documentación importante. La autora logra recrear este clima de inquietud constante con una escritura elegante y precisa, capaz de golpear al lector sin recurrir a sentimentalismos. Esta impecable versión ha sido traducida del chino y editada de acuerdo a la edición inglesa por Nuria Pitarque Ledesma.
Geling Yan.
En definitiva, Las flores de la guerra cumple las expectativas que genera esa poética paradoja de su hermoso título: estamos ante una ficción histórica de tema bélico, pero también ante una magnífica recreación de una situación controvertida en medio del conflicto, una situación en la que las flores, las prostitutas, consiguen provocar un cambio en todos los que las rodean. La novela destaca por la profundidad de los personajes, las cuidadas relaciones entre ellos, la crueldad de la masacre y el planteamiento de cuestiones que hacen pensar; además, mantiene el interés del lector de principio a fin y logra implicarlo, conmoverlo, impresionarlo. Sin duda, una aportación muy interesante que demuestra que en los libros sobre guerras todavía quedan muchas posibilidades por explorar.