Lunes 29 de Julio de 2013
Fragmentos de la obra El tiempo de los asesinos , de Henry Miller, una biografía de Arthur Rimbaud donde el autor norteamericano establece vínculos y parecidos entre su vida y la del poeta francés.
«¿Cuál es la tendencia actual de la poesía y dónde está el eslabón entre poeta y auditorio? ¿Cuál es el mensaje? Preguntémonos eso, sobre todo. ¿Cuál es la voz que se hace escuchar ahora; la del poeta o la del hombre de ciencia? ¿Nos preocupa la belleza, por amarga que sea, o la energía atómica? ¿Cuál es la principal emoción que inspiran actualmente nuestros grandes des-cubrimientos? El espanto. Poseemos el conocimiento sin la sabiduría, la comodidad sin la seguridad, la creencia sin fe. La poesía de la vida se expresa en fórmulas matemáticas, físicas o químicas. El poeta es un paria, una anomalía. Está en camino de extinguirse. ¿A quién le importa cuán monstruoso puede hacerse a sí mismo? El monstruo está en libertad, recorriendo el mundo. Ha escapado del laboratorio; está al servicio de cual-quiera que asuma el coraje de tomarlo a su servicio. El mundo se ha convertido en número. La dicotomía moral, como todas las dicotomías, ha fracasado. Ésta es la era del cambio y el riesgo; la gran deriva ha comenzado».
«El poeta está hoy obligado a renunciar a su vocación porque ha dado ya pruebas de su desesperación, porque ha llegado a comprender que es impotente para comunicarse con sus semejantes. Ser poeta fue en un tiempo la vocación más alta, hoy es la más vana. Y ello no porque el mundo sea inmune a la voz del poeta, sino porque el poeta mismo no cree ya en su misión divina. Está desentonado desde hace un siglo o más; y nosotros no sabemos ya modular. El chillido de la bomba aún tiene sentido para nosotros, pero los delirios del poeta nos parecen un galimatías. Y es un galimatías efectivamente puesto que entre los dos mil millones de seres que forman la población del mundo, sólo unos pocos miles pretenden comprender lo que dice el poeta. El culto del arte toca a su fin cuando sólo existe ya para un puñado de elegidos. Entonces deja de ser arte para convertirse en el lenguaje cifrado de una sociedad secreta cuyo fin es propagar una individualidad que ha perdido su sentido. El arte debe excitar las pasiones humanas, inspirar a los hombres visión, lucidez, coraje, fe. ¿Qué artista del lenguaje ha sabido conmover reciente-mente al mundo como lo ha hecho Hitler? ¿Algún poema ha sacudido a la humanidad como la bomba atómica? Desde el advenimiento de Cristo no asistimos a tales fenómenos, multiplicándose a diario. ¿De qué armas dispone el poeta, que puedan compararse con ésas? ¿O de qué sueños? ¿Dónde está su tan cacareada imaginación? La realidad está aquí, ante nuestros propios ojos, en toda su desnudez, pero ¿dónde está el canto que la anuncie? ¿Hay un solo poeta, aunque sea de quinta categoría, a la vista? Yo no veo ninguno. No llamo poetas a esos que hacen versos, rimados o no. Llamo poeta al hombre capaz de cambiar profundamente el mundo. ¡Si un poeta tal vive entre nosotros, que se manifieste! Pero debe ser la suya una voz capaz de ahogar el trueno de la bomba. Y su lenguaje capaz de fundir el corazón de los hombres y de hacer hervir su sangre».
«Poco importa que perdamos al poeta si salvamos la poesía».
«Los signos y símbolos usados por el poeta son una de las pruebas más válidas de que el lenguaje es un medió de tratar con lo indecible y lo inescrutable. Tan pronto como los símbolos se vuelven comunicables en todos los planos, pierden su validez y su eficacia. Pedir al poeta que hable el idioma del hombre de la calle es como esperar que el profeta aclare sus predicciones. Lo que nos habla desde reinos más altos y distantes viene envuelto en el secreto y el misterio. Lo que está siendo constantemente propagado y elaborado a través de la explicación -en resumen, el mundo conceptual- es al mismo tiempo comprimido, oprimido por el uso de la estenografía de los símbolos. No podemos explicar nada, salvo que lo ha-gamos en forma de nuevos acertijos. Lo que pertenece al reino del espíritu, de lo eterno, escapa a toda explicación. El lenguaje del poeta es asintótico; corre a la par de la voz interior cuando ésta aborda la infinitud del espíritu. A través de este registro interior, el hombre sin lenguaje, por decirlo así, se pone en comunicación con el poeta. No se trata de una cuestión de educación verbal sino de desarrollo espiritual. La pureza de Rimbaud no resulta en ninguna otra parte tan manifiesta como en este inquebrantable diapasón que supo mantener a través de toda su obra. La entienden bien los tipos más diversos y lo interpretan mal los tipos más diversos. Sus imitadores pueden ser desenmascarados inmediatamente. Nada tiene en común con la escuela de los simbolistas. Y nada tiene en común con los surrealistas, me parece a mí. Es el antepasado de muchas escuelas y el padre o pariente de ninguna. Es su original utilización del símbolo lo que garantiza su genio. Su simbología se forjó en la sangre y la angustia. Fue al mismo tiempo una protesta y una estratagema en contra de la funesta difusión de conocimiento que amenazaba con sofocar la pura fuente del espíritu. Fue también una ventana abierta a un mundo de relaciones mucho más complejas para el que el antiguo lenguaje de los símbolos había perdido utilidad. En esto se acerca más al matemático y al científico que el poeta de nuestra época. A diferencia de los poetas de nuestro tiempo, no recurrió a los símbolos utilizados por matemáticos y científicos. Su lenguaje es el lenguaje del espíritu, no el de los pesos, las medidas y las relaciones abstractas. Sólo en esto nos da ya la pauta de lo absolutamente «moderno» que podía ser».