Martes 13 de Agosto de 2013
El pulso económico.
Los críticos de la apertura económica sostienen que cuando se la aplicó, los trabajadores podían, por ejemplo, comprar ropa importada más barata. Pero se quedaban sin trabajo por la competencia externa en las fábricas en las que estaban empleados.
Usan esos argumentos los defensores de la economía cerrada, protegida, con mercados cautivos y, de ser posible, con subsidios directos para las fábricas locales. Los defensores de la apertura suelen ser los sectores más competitivos internacionalmente o aquellos que no están expuestos a la competencia internacional. Estos últimos son los que tienen una protección "natural". Muchos son servicios. No se puede ir a la peluquería en París porque sea más barato o, en general, mandar a los hijos a una escuela privada en el extranjero porque sean menos costosas que aquí.
No es raro que quien tenga una empresa quiera protección absoluta contra la importación de lo que fabrica y arancel cero y libertad total para traer de afuera sus insumos.
Hay casos extremos. Como el del intendente patagónico descubierto en los últimos días, que apoya el modelo de armaduras de electrónicos en Tierra del Fuego, que vuelve más costosos a esos productos, pero que, cuando tiene que proveer a su municipalidad, prefiere comprarlos más baratos en Chile.
El modelo kirchnerista se basó en energía barata para todos y productos industriales finales, en general, más caros que los precios internacionales. Así, se dijo, se lograría proteger la industria e incentivar el valor agregado. Los problemas comenzaron en 2004, cuando quedó claro que el modelo llevaba al déficit energético.
La solución fue importar productos energéticos, aunque costaran muchísimo más caros que aquí, con subsidios del Estado. Pero las cosas no han funcionado bien. El déficit siguió creciendo, la factura de importación también. El peso se ha estado sobrevaluando. Y para tratar de solucionar la situación, el Gobierno aplica impuestos por combustible importado a los particulares y a las industrias.
El resultado es que muchas familias aún pueden recibir electricidad y gas con precios subsidiados. Una leyenda se los recuerda en las facturas del servicio. Pero es probable que sufran suspensiones, reducciones de horas de trabajo. Las fábricas paran porque no tienen energía o gas. O porque no llegan los insumos importados a causa del cepo que hay que colocar para poder conservar los dólares que el Estado necesita para importar gas, electricidad, gasoil y fueloil.
En cuanto comienzan los fríos, les cortan el gas a las fábricas. Muchas de ellas programan desde hace tiempo las necesarias paradas técnicas para los períodos de bajas temperaturas, porque saben que no podrán trabajar. Pero los faltantes son mayores.
En el Polo Petroquímico de Bahía Blanca ha habido situaciones delicadas. Los cortes han sido más largos que los previstos y algunas industrias deben importar por barco sus insumos. El costo se va a las nubes y hace inviable el negocio. En la lógica de los proteccionistas, en los 90 los obreros se quedaban sin empleo porque tenían ropa y electrónicos baratos. Hoy lo sería porque tienen gas, electricidad, trenes y colectivos subsidiados.
El polo bahiense fue pensado para aprovechar industrialmente los grandes excedentes de gas neuquino. Un gasoducto lo transporta, una planta separa los diferentes componentes. Distintas fábricas producen insumos que tienen mercado y precio internacional.
Hubo multimillonarias inversiones. Pero hace una década el kichnerismo decidió que el gas vale un precio si se lo produce en la Argentina, tres veces más si se lo trae por gasoducto de Bolivia y hasta nueve veces más si se lo trae en barco desde el Caribe o África. La producción local cayó, se volvió insuficiente. El modelo productivo incentivó la producción en otros países.
Como señala Juan Carlos De Pablo, es verdad que hay problemas de competitividad por muchísimas razones. Desde la sobrevaluación del peso, los altísimos costos internos, la enorme presión impositiva, la insoportable burocracia, el colapso de la infraestructura vial. Todo agrega costos enormes. Pero sin el déficit energético, la Argentina tendría hoy un importante superávit comercial. Cabe imaginar que así sería innecesario el cepo cambiario, las arbitrarias restricciones a las importaciones, los impuestos a los gastos en el extranjero.
Los ocho ex secretarios de Energía que advirtieron lo que ocurriría acaban de producir un documento muy crítico que señala que lo que está haciendo en estos tiempos el Gobierno ensombrece por completo el panorama y dejará una herencia más que pesada para los triunfadores que pueden haber comenzado a perfilarse.