Miércoles 22 de May de 2013
Resulta inútil temerle al futuro, porque se trata de algo incierto.
El presente es el resultado del pasado y la semilla del futuro.
Nos la pasamos preocupados por los últimos dos, sin darnos cuenta de que cuando nos dispongamos a vivir con una mente libre de aquellas
limitaciones alimentadas por nuestras creencias pasadas, ya no nos acosarán los miedos futuros.
Las cosas seguirán ocurriendo pero ahora con la comprensión de que los incidentes son pasajeros y dan lugar a las necesarias experiencias.
Así que, para seguir avanzando, una y mil veces debemos repetirnos: “El pasado pasó; el futuro no existe”.
¡Nunca existe! Se trata de un espacio irreal en los confines de una mente que necesita escapar a la responsabilidad de crecer y de cambiar,
para sumergirse en el único momento que vale, el “ya mismo”.
También se requiere firmeza. El cambio de vida que deseamos conseguir sólo puede suceder en un instante de firmeza,
acompañado por la responsabilidad necesaria. La firmeza y la responsabilidad nos permiten liberarnos del sufrimiento,
la ansiedad y la neurosis de un futuro desde el presente, sin imaginarnos realidades temerosas que nos tiren abajo en un instante.
¿Cómo evitar divagar con porvenires amenazadores?
Sencillo, comprendiendo que la causa de nuestros problemas no son los demás ni el mundo de afuera sino la propia mente.
Mientras respiremos, la mente vendrá para llevarnos al pasado o al futuro. ¿Futuro? Exacto; cuando hay temor, la mente querrá trasladarnos hacia él,
con su equipaje de miedos, dudas, deseos por cumplir, apego a los resultados, expectativas de esperanza y fantasmas apocalípticos.
El futuro todavía no ha ocurrido, por lo tanto es absolutamente irreal.
¿Cuál es el único momento con el que contamos? El presente. ¿Y en cuál planificamos un futuro? Ahora, en el instante actual.
¿Puedo cambiar lo que viene o traerlo a mi experiencia? No. La mente lo entiende perfectamente y sabe que nosotros, convencidos desde el intelecto
y el discernimiento, nos encontramos en condiciones de romper las cadenas que nos mantienen prisioneros del futuro, para apuntar al divino presente:
El único momento que experimentamos en la tercera dimensión que habitamos.