Miércoles 22 de May de 2013

La verdad sobre el perdón

El perdón es una suerte de valor agregado natural de esa existencia de amor.

 

Cuentan que Buda meditaba bajo un gran árbol, junto con varios de sus seguidores, cuando una persona que lo detestaba se acercó hasta él y, aprovechando un momento de suma concentración, lo insultó y le arrojó tierra en el rostro. Al instante sus discípulos, llenos de bronca, se pusieron de pie y atraparon al intruso. Buscaron palos y piedras y esperaron la orden de Buda para vengar la afrenta. Sin embargo, cuando logró salir de su transe de meditación, Buda entendió instantáneamente toda situación y les ordenó a sus discípulos que soltaran al agresor. Luego lo observó con suavidad y le dijo: -Mire lo que generó en nosotros. ¿Vio que logró exponernos de la misma manera en que un espejo refleja el verdadero rostro? A partir de hoy, le pido por favor que venga todos los días a probar nuestra verdad o nuestra hipocresía. Ellos –y miró a los discípulos-, quienes me siguen desde hace años, meditando y orando, acaban de demostrar que ni comprenden ni viven el proceso de la unidad. Por eso quisieron responder con una agresión similar o mayor a la recibida… Por favor vuelva siempre que quiera. Usted es mi invitado de honor.
Cualquier insulto suyo será bien recibido., como un estímulo para comprobar si vibramos alto o si es sólo un engaño de la mente esto de ver la unidad en todo.
Al oír las palabras del maestro, los discípulos y el hombre se retiraron, ya que comprendieron la lección de grandeza. Querían escapar de la vergüenza interna y de la mirada reprobatoria.
A la mañana siguiente, el agresor se presentó ante Buda y se arrojó a sus pies: -No pude dormir. Me consume la culpa. Le suplico que me perdone y me acepte junto a usted. Buda respondió: -Es libre de quedarse, pero yo no puedo perdonarlo… Para que alguien perdone, debe haber un ego herido. Solo la falsa creencia de que uno es la personalidad, solo quien sigue viendo la dualidad y se considera a sí mismo muy sabio, perdona a aquel ignorante que le causó una herida. Y no es mi caso. No siento que me haya herido, siento amor por usted. Quien ama ya no necesita perdonar.
- ¿Entonces? –Dudó el hombre, sin poder disimular que no había entendido del todo la enseñanza.
- Para que lo perdonen – siguió Buda- sabemos que necesitamos a alguien dispuesto a perdonar. “¿Entonces?”, me preguntó usted. Vamos a buscar a mis discípulos, quienes en su soberbia todavía están llenos de rencor, por lo que les va a gustar que les pida perdón.
Desde luego, y debido a su ignorancia, se van a sentir magnánimos, poderosos por darle su perdón. Y usted también se va a alegrar por recibirlo, va a sentir un reaseguro en su ego culposo.
Y así todos quedarán contentos, y nosotros podremos seguir meditando en el bosque, como si nada hubiera pasado. ¿Le parece?
-Me parece bien –respiró aliviado el hombre. Y así lo hicieron.

Elegí esta anécdota sobre Buda para hablar acerca del perdón porque me parece lo suficientemente didáctica y explicativa. ¿Comprendés la verdad que encierra esta enseñanza?
¿Ves el alcance del perdón y su naturaleza? Vamos a simplificar y a pensarlo juntos de 2 maneras.
En un primer nivel, te diría que el perdón es un sentimiento noble que alivia y aligera la existencia. La tuya, la mía, la de cualquier ser humano. El perdón es balsámico, medicinal, y es además el único camino posible para tu progreso espiritual. Elegí siempre que puedas, la vida del perdón.
No hay modo de encarar un cambio o de enmendar algo si no te quitás de encima los lastres del pasado, esas cosas que te agobian y te pesan en la espalda. Y eso se obtiene por medio de esa palabra divina: perdón. Perdoná a los otros, sí. Y más importante: perdónate a vos mismo por esas cosas que sentís que hiciste mal. El que perdona sana una vida. Si te equivocaste, si hiciste cosas mal, fue porque no sabías, porque estabas preso de la ignorancia. Buscá el modo de enmendarte, de no repetir los viejos errores, pero nunca por nada del mundo te sigas castigando por esas cosas. Date el perdón. Y dalo a los demás. Vas a ver lo reparador que resulta. Por eso el perdón es fundamental. Es quizás uno de los valores más importantes de nuestro ser. Perdonar es romper las cadenas que te atan al dolor y te mantienen alejados de la libertad de vivir y de amar. Así como en tu caso tenés que perdonarte por haber obrado por ignorancia, sabé así mismo que esos otros que te “dañaron” también actuaron guiados por la misma ceguera. No sabían lo que hacían. La falta de perdón enferma, daña y predispone mal. El ego herido puede ser dañino. Ahora bien, en un segundo nivel, te diría, ya que nuestra intención, es ir siempre un poquito más lejos en nuestro progreso: aspirá al ideal de Buda, tratá de abandonar la ilusión del ego, el engaño de la personalidad que te mantiene atado a los personajes mundanos, y hacé todo lo posible por llegar al estado último de la evolución espiritual: Amá, sencillamente amá, y nunca sientas que necesitás que alguien te pida perdón. Los seres verdaderamente iluminados, que alcanzan estos altísimos niveles de energía, viven así, inmersos en el puro amor. Y el perdón es una suerte de valor agregado natural de esa existencia de amor. El que ama a fondo, no necesita perdonar.
No digo que eso sea fácil. De hecho, todo lo contrario: Es dificilísimo, pero por eso es justamente un lindo ideal para perseguir, mientras seguimos ejercitando acá nuestras pequeñas vidas terrenales.
El que logra sencillamente amar alcanza la salvación ni más ni menos.


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