Viernes 24 de May de 2013
Uno necesita ser veraz consigo antes que con cualquier otro. Hay que mantenerse fiel a sí.
Fiel a la verdad de uno mismo, y poseer la voluntad suficiente para moverse por la vida respetando lo que sentimos y así respetar a los demás.
Cuando las ideas de lo que queremos y lo que no queremos, están claras en nuestra mente, sabremos acceder a una compañía afín.
Y sí, la fidelidad consiste en no engañarse ni mentirse, en tirar de la cuerda ascendente para ser lo mejor que uno pueda llegar a ser.
Respecto a las relaciones en sí, como primera medida habría que comenzar por no tener al lado a alguien proclive a la infidelidad.
¿A qué me refiero? Muy simple: Nunca duden de que si eligen a la persona desde lo superfluo del ego, la felicidad mutua se ubicará siempre en un punto lejano de la pareja.
Y si eventualmente se llegase a una situación de desazón por no hallar en el otro a quien vibra en igual frecuencia, mucho más interesante que la infidelidad resultaría blanquear la situación y plantearse qué viene “secando” a la pareja, para hallar la manera de regar esa planta que representa el vínculo, y tratar de que deje de marchitarse y vuelva a florecer.
Así, ya no sería necesaria la infidelidad como vía de escape, dejando de intentar resolver afuera lo que necesitamos solucionar en el interior del hogar.
Primera medida, entonces, a partir de la cual podremos avanzar: Aceptemos que la responsabilidad de la infidelidad siempre es mutua.
Pero no porque haya que buscarle un causante al hecho de que uno de los dos se acueste con otro, sino porque la responsabilidad de ambos es ser felices, permanecer juntos en un estado de deleite y plenitud.
De lo contrario, ¿Para qué forzar la unión? La desdicha de dos almas que han resuelto compartir la vida sería un insulto.