Miércoles 24 de Julio de 2013
No pensemos en hoy a la noche.
No pensemos en mañana ni en la semana entrante. No, tampoco en el año próximo o 200, 300 años más… Ni siquiera pensemos en los siguientes 5.000 años… Pensemos, por ejemplo, en 33 millones de años. No van a quedar ni registros de Shakespeare, Bach, Buda, ni Beethoven ni nadie… si aun quedan dudas de esto… supongamos 30.000.000.000 millones de años. Y si todavía quedan dudas, puedes entretenerte subiendo la cantidad de números hasta que la cifra no entre en la página o bien reparando en la certeza química de que el sol, en un futuro remoto, esta destinado a apagarse…
Cualquier pasión de lo que sea que uno emprenda, por más original o crítica sea, está destinada a perecer.
De ser así, entonces nos sentimos algo acorralados, tanteando una pared, enfrentados a una espada… Si nos dedicamos a hacer algo con cierta perfección, ¿no se supone que debemos entonces suponer que sea al menos importante?
Las formas pasaran.
Siendo esto así valdría preguntarse ¿para que tanto esfuerzo?
Una manera de resolver esta ecuación es creer que en un sistema mental donde la “importancia” y la “vocación” corran por carriles distintos…
A primera vista, pareciera que la “vocación” desprovista de “importancia” quedaría ausente de sentido. Cuando en realidad, es ahí donde lo recupera.
La importancia que se le atribuyen a determinadas cosas es siempre accesoria. Pretenciosa. Seductora. Demandante. Entorpecedora. Y, aunque sea paradójico, la importancia es prescindible.
La vocación, en cambio, es inevitable. Sustancial.
Si a un pingüino empetrolado, le quitáramos el petróleo enquistado de sus pellejo, no sería menos “pingüino”. Sería un pingüino más pleno.
Al concientizarnos en lo efímero de cualquier logro humano, no necesariamente por ello debería uno pasar a trabajar con desgano ni mermar las ganas de aprender, ni comprometerse en menor medida en una relación o con su entorno…
Cuando mentalmente fundimos importancia y vocación, se inicia un desajuste que, tarde o temprano, traerá problemas. Esta operación mental ha hecho fracasar a los grandes… a que personas que supuestamente lo tenían todo (talento, dinero, amor) llevó a que murieran insatisfechas, desesperadas, precipitándolos hasta el suicidio en algunos casos.
Si. Muchos de los genios de la humanidad cayeron en la trampa, luego… ¿qué nos espera a nosotros entonces?
Caravaggio, Miguel Angel, Freud, Mex Urtizberea, Osho, Dali, Mahler, Newton, todo lo que hicieron pasará, no caigamos en el error de creer que hay hijos, sucesos u obras que nos podrán sobrevivir u obras que sobrevivieron a autores ya muertos. Si siguen creyendo que sí, los invito a releer el primer párrafo de esta nota.
Vocación significa llamado. ¿Llamado a qué? Llamado a despertar.
En lo que a un llamado respecta, lo relevante no es el teléfono, ni el sonido que haga, ni las compañías que intervienen, interesa que se genere la comunicación. Claro que sin los intermediarios no se podría uno comunicar, el problema es cuando invertimos la ecuación, y creemos que los medios son el fin.
A lo único que podemos aspirar es a despertar de esta Irrealidad. Y, en el mejor de los casos, si llegamos a lograrlo, aunque sea parcialmente, lo único que podría “sobrevivir” -si puede todavía llamarse así- será una suerte de estimulo, de esperanza a que otros despierten de esta irrealidad también.
Si los grandes creadores (madre, padre, Steve Jobs…) o personalidades geniales nos acercan a esto, si los interpretes nos acercan a esto, si los mozos (si, los mozos…) nos acercan a esto, pues si, sobrevivieron, pero no por ellos, ni por sus nombres, ni por sus obras. Sino por ayudarnos a dar el paso hacia la Luz.
En definitiva, estas palabras tampoco se valen por su agrupación, ni por su significado, sino por si cumplen la función, es decir, si están dirigidas a empujarnos a que despertemos del ensueño, a que disolvamos la forma y alcancemos la inmortalidad.